En la profundidad de la meditación, todos los sentidos se apaciguan y tranquilizan, las sensaciones desaparecen y la mente -sin pensamientos- brilla llena de consciencia, como luz en la oscuridad, pero no porque tiene luz propia sino por el espíritu que la mente contempla incesantemente.
La gracia de vida eterna no será contenida en ninguna forma o punto particular especifico sino en el vacío inegoista. La meditación no tiene como meta el abandonar los sentidos o los pensamientos sino solo, el no ser presa o cautivo de ellos.
Aquel que medita, comprende verdaderamente, la libertad del ave que vuela y encuentra en esta visión, por ejemplo, esplendor, asombro y expansión eterna.
De esta forma, la mente en forma firmemente contemplativa, se vuelve una con el espíritu, quien ofrece las alas de sabiduría y compasión, permitiendo el fluir en el espacio eterno del Amor Verdadero.
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Pintura y Escrito:
Oscar Basurto Carbonell
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